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Lo que no se dice, no existe: Lo que se siente desde la transparencia y humanidad

Hace meses atrás pensé en escribir esto, pero no me sentía preparada. Siguiendo la tradición de honrar fechas y aniversarios, estos días he estado escuchando que cumplimos 1 año desde que comenzó en Costa Rica la emergencia sanitaria por COVID 19 y creo que justo este es el momento idóneo para escribir esto. Lo que no se dice no existe, y peor aún, podría olvidarse o pensar que no sucedió.

Soy psicóloga, pero también persona, y quienes me conocen saben no puedo evitar reflexionar sobre lo que me sucede a mí, a quienes atiendo, a mis amistades que leo por whatsapp y escucho en conversaciones. Una vez me dijeron que era como ser investigadora social desde la acción-participación.

En este año, desde las bases fisiológicas y quienes trabajamos en emergencias, podemos explicar de forma concreta qué ha sucedido. Nuestro cuerpo se puso en estado de alerta ante la declaratoria de emergencia y quizás muchas personas al comienzo sintieron miedo exacerbado, ansiedad, alteraciones del sueño, ideas obsesivas con la pandemia, temor a los otros, es decir, un estado de alerta listo para defendernos y protegernos. Con el pasar de los meses, muchos se agotaron, otros se adaptaron, otros lo negaron. En este momento en nuestro país podríamos decir estamos en un buen momento y con esperanza: un proceso de vacunación en camino, descenso de casos y apertura a la casi vuelta a la normalidad.

Sin embargo, lo que no se habla no existe. Y a pesar de estar bombardeados de información en redes y medios de comunicación sobre la pandemia e incluso, recomendaciones y consejos sobre salud mental, creo que sigue faltando esa transparencia y humanidad al relatar lo acontecido desde el interior y la experiencia personal de cada uno.

En este año, como profesional en salud mental he escuchado cientos de personas y casi todas en un punto u otro han experimentado quizás un pequeño episodio o varios de «sentirse fuera de control», «de llorar sin razón», «de estar motivado por los logros y en segundos, bajonearse», «de sentir que no hay un más allá», «de creer que ya no pueden más». Eso se llama desesperanza. Y hasta yo la he sentido. ¿Saben? Atender y atender y escuchar y escuchar sin ver evidencias de que algo puede mejorar, claro lo desesperanza a una.

La desesperanza es humana, y no tiene que ver con la ansiedad y suele ser el comienzo de la depresión, pero entonces si todos estamos así en un punto u otro, ¿cómo podríamos ayudarnos unos a todos? Me encantaría decir que la solución es asistir a terapia, claro, si usted puede, hágalo, daño no hace, pero siendo realistas, el acceso a procesos terapéuticos individuales es un privilegio, sin embargo, la salud mental debe sostenerse desde bases comunitarias. Nuestras redes de apoyo, las personas iguales a nosotros, son quienes pueden ayudarnos y tienen un gran poder influenciador unos sobre otros. Es así como compilo algunos aprendizajes comunitarios durante este año de emergencia sanitaria por COVID 19, desde el punto de vista de la salud mental:

  1. Capacítese en primeros auxilios psicológicos o apoyo psicosocial: Hay diversas opciones. Gratuitas o a bajo costo, Webinars, talleres, cursos autoformativos, charlas. Sin importar nuestro puesto de trabajo, o si soy estudiante o adolescente, con solo tener contacto con otras personas, tarde o temprano tendremos que aplicarlos.
  2. Esté dispuesto a escuchar: A veces creemos que apoyar significa dar consejos. Cuando muchas veces solo queremos poder expresar a alguien lo que realmente sentimos. Cuando yo pregunto ¿Cómo está? Espero una respuesta genuina, no el común, bien y ¿usted? No se asusten si alguien les dice que no se siente bien, todas las emociones son necesarias y deben validarse.
  3. Conversemos: Si tenemos una red de apoyo, una tribu, amistades, familiares, colegas de trabajo, deberíamos poder hablar de cómo nos sentimos. Y ahí nos daremos cuenta, que todos, de una u otra forma, nos hemos sentido distintos. Es algo colectivo y global. Sin importar región, edad, escolaridad.
  4. Comparta contenido que aporte: No estoy en contra de las redes (sino, no escribiría esto). Pero así como compartimos memes graciosos, nuestros muros deberían usualmente tener contenidos que aporten con bases científicas desde la salud mental. Yo no soy de leer per se noticias, pero tengo contactos que comparten noticias en temáticas afines, con el filtro de ellos, es que logro acceder a información que me interesa, a veces es información triste, compleja, pero real, ejemplo: sobre violencia, consumo de sustancias adictivas o conducta suicida. A la vez, estas noticias suelen traer enlaces de interés con soluciones, sean proyectos, talleres formativos, líneas de ayuda, etc.
  5. Ejerzamos prácticas de autocuidado: El autocuidado no trata de salir a pasear, hacerse una mascarilla o comprar cosas caras. Trata de prácticas que promuevan nuestra calidad de vida de forma integral, ya sea en la dimensión cognitiva, emocional, física, social y espiritual. Siempre que explico esto, la gente se sorprende. Y ahí es donde vemos la baja educación emocional que hemos recibido.
  6. Acompañe y no estigmatice: En lugar de alejarse cuando una amistad o familiar está pasando por una crisis, acompañe. Motive y refuerce. Si una persona conocida o yo mismo necesito ir al psicólogo, al psiquiatra, tomar medicamentos, estar solo, o más bien, estar acompañado, no juzguemos y mucho menos estigmaticemos.
  7. Siempre límites: Todo lo anterior, con límites. Por eso digo, si todas las personas desde la comunidad podemos ejercer estas acciones, estamos formando una «gran brigada psicosocial comunitaria».
  8. Buscar ayuda en la tribu o red social: Para profundizar en esto pueden leer acá.

Por: Milena Chacón Retana – Voluntaria apasionada

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